Tal vez nunca pueda encontrar
lo que la muerte se llevó un atardecer:
Yo escuchaba una vieja canción.
Estaba distraído golpeándome la sien con un lápiz.
No me di cuenta cuánto avanzó el día.
Había sido una alegre jornada sin mayores sobresaltos.
Estaba tranquilo. Bebía una cerveza. Me gustaba el sol.
Había leído el diario y lo había arrojado a mis pies. Sobre
una mesa había un cuaderno abierto.
Me había transformado con los años en un hombre bastante
práctico. Contaba las monedas antes de gastarlas. Era una
buena técnica para asegurarme fin de mes. No quería
nada más de la vida: Leer bajo el sol, beber, estar tranquilo en casa.
Eso era todo. ¿Qué más podía pedir un hombre como yo
de sesenta horas semanales de trabajo? Nada. Los sábados
eran un regocijo. Yo y mi familia, nadie más. Yo y mi soledad.
Por eso tal vez nunca más pueda encontrar lo que la muerte
se llevó esa tarde. Tal vez nunca más vuelva a ser el mismo
tipo sentado en su poltrona dejando pasar los días de la vida.
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