domingo, junio 13, 2010

LA PUERTA

27 años después, torció por la esquina de Moneda con Brasil. Caminó unos cuantos metros y llegó a la Puerta. Era un día domingo. Otoño. Año 2010. Hacía frío. Esa puerta que una vez quiso abrir para encontrar La Eternidad, la Iluminación, el satori de los haikú de Basho: la suspensión del tiempo: el soplo de la vela. Estaba en el último rincón del mundo: La terra incognita: Chile. Miró la hora en su reloj pulsera negro: las cuatro de la tarde: "la hora de la nada" como solía decir a sus amigos de la oficina. Entonces decidió esta vez sí empujarla y entrar. Era una puerta vieja mal pintada y con una pátina que sólo el tiempo es capaz de otorgar como un galardón a las obras más famosas pintadas al óleo, encareciéndolas aún más en las subastas de arte. Sin embargo por ella nadie daría un céntimo. Estaba allí porque transcurridos estos 27 años nadie había comprado la casa cuya puerta admiraba este melancólico hombre vestido completamente de negro. Y allí seguiría cuando él la atravesase para por fin encontrar la eternidad en su propia sombra incrustada en la Puerta. Sólo que esta vez tampoco se atrevió siquiera a poner un dedo sobre la piel rugosa de la Puerta. Es más, comenzó a retroceder lentamente temiendo que ésta se abriera y se lo tragara. ¡Mierda!, dijo, soy un maldito estúpido. Entonces me acerqué. Dudé antes de retornar hacia ella, pero saqué fuerzas de mi interior y como si recibiese una orden del más allá, subrepticiamente inicié nuevamente mi rumbo hacia la maldita puerta endemoniada. Pensé que estaba enloqueciendo. ¿Por qué, si han pasado tantos años desde que la vi por primera vez, aún persisto en la sensación que ella alberga en su interior la Eternidad, la Iluminación, el satori que confieren los poemas de Basho, el soplar la vela y acabar con todo el sufrimiento, los temores, las posibilidades del renacimiento...? Confundido la enfrenté. Me quedé a sólo unos milímetros de ella. Una hoja de diario del día informaba a grandes titulares el inicio del mundial de fútbol en Sudáfrica y más abajo un choque horrible durante la madrugada con tres muertos: dos jóvenes de 21 años y una chica de 19. El conductor había salvado ileso: un joven de 16 años. Luego el viento alejó la hoja de mi cuerpo, pero alcancé a ver la imagen de un perrito pintado como un tigre en China. El viento que alejó de mí la hoja de diario me arrasó de frío, una gélida brisa que penetró hasta lo más profundo de mi cuerpo, entonces tropecé y caí sobre la Puerta: un socavón siniestro se abrió ante mí. Desesperado, comencé a mover mis brazos para evitar la caída, tratando de asirme a algo, aunque ya era demasiado tarde. Comencé a elevarme lentamente con una tremenda dificultad como si tras de mí hubiese un enorme peso impidiéndome avanzar libremente. Espantado sentí cómo me elevaba batiendo unas gigantescas alas negras, arrastrando conmigo los tres cuerpos de los jóvenes muertos rumbo a la más profunda oscuridad. Sin embago, mi espanto fue superior cuando me constaté otra vez frente a ella, con unas alas negras caídas, pero del lado interior de la infame Puerta.
(Puede sufrir correcciones: el texto que no La Puerta)

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